Esto ya no compete a la divinidad
Las personas empiezan a llegar,
algunos minutos antes de las 08:00 p.m., como frecuentemente lo hacen todos
los jueves de la semana. Uno tras otro pasan a tomar sus respectivos
lugares. Por lo general llegan a reunirse entre 30 a 40 personas, algunas
veces llegan a 50.
Aquel día llegaron a reunirse, entre hombres y mujeres, unas 35 personas.
Las edades de los asistentes eran variadas, la (el) de menor edad tenía 17
años y la (el) de mayor edad 79. Procedían de distintos lugares. Todos con
ansias a que dé inicio la reunión.
A eso de las 08:15 p.m., entra el pastor, irradiando carisma y simpatía. –
¡Aleluya hermano! ¡Jesucristo nuestro salvador resucitado! (Exclama el
pastor). – ¡Aleluya! (Repiten los asistentes eufóricos y entusiasmados)...
– ¡Jesucristo murió por ti en la cruz para salvarte del pecado!
¡Arrepiéntete!... ¡Expulsen al demonio fuera de ustedes! ¡Fuera Satanás!
(Repetía constantemente el pastor). ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Sal de esta masa de
carne que no te pertenece! ¡Es propiedad únicamente del único Dios! ¡Fuera
Satanás!...
Los minutos pasaban. A eso de las 09:00 p.m., el entusiasmo y la euforia de
todos los asistentes eran indescriptibles. Todos gritaban, movían las manos;
todo el cuerpo. Algunos empezaban a pronunciar palabras inentendibles.
– ¿Quieren arder en los fuegos del infierno por la eternidad? (Preguntaba el
pastor).
– ¡No queremos! (Exclamaban todos).
– ¡Entonces, en estos instantes vamos a expulsar al demonio que los ha
poseído! ¡Todos repitan (decía el pastor): Sal Satanás, que este cuerpo le
pertenece sólo a Dios!
– ¡Sal Satanás, que este cuerpo le pertenece sólo a Dios!
– ¡Saquen al demonio! ¡Sientan como sale el demonio de ustedes!
¡Esfuércense, y sáquenlo de una vez! ¡Sal maldito, repitan todos!
– ¡Sal maldito!
– ¡Lo veo! ¡Lo veo! ¡Veo como sale el demonio de ustedes! ¡Ahí está! ¡Ya
está saliendo! ¡Continúen hermanos, no se detengan!
– ¡Sí, lo vemos! ¡Está que sale de nosotros! ¡Sal maldito!
En eso, una mujer cae al piso, con el cuerpo temblando. Exclamaba palabras
sin sentido, gritos, gruñidos, susurros […]. – ¡Está hablando en otro
idioma!, se escuchaba decir a los asistentes. – ¡El diablo también habla en
diferentes idiomas!, arremetía el pastor. La mujer seguía tendida en el
piso, aparentando no tener control de sus movimientos; ya casi no podía
repetir palabras. La saliva empezaba a brotar por montones y el piso parecía
ya un charco.
– ¡Ya veo al demonio! ¡Está que sale! ¡Sal maldito!, se escuchó decir al
pastor. – ¡Sí yo lo veo!, repetía uno. – ¡Yo también!, decía otro. – ¡Lo
vemos! ¡Ya está saliendo!, repetían los demás. En ese instante, uno, dos,
tres, cuatro, empiezan a caer, uno tras otro, moviéndose y gritando. Parecía
una especie de ambiente psicotizante que se propagaba entre los que estaban
presentes, que afirmaban ver al demonio salir de sus cuerpos y hasta
combatir contra él. Mientras los gritos y gruñidos se intensificaban.
De un instante a otro, el ambiente empezó a calmarse, los caídos empezaron a
levantarse, dejaron de temblar, de gritar […]. Pero dentro del ambiente en
calma, se escuchó: – ¡Ayúdenme! ¡Siento que alguien me oprime el pecho¡ ¡Un
dolor intenso me empieza a invadir, que se extiende a mi cuello, espalda,
hombros y brazos!
– ¡Atrás hermanos! ¡Satanás no quiere salir del cuerpo de éste pobre hombre!
¡Fuera Satanás! ¡Aléjate de él que no te pertenece! (replicaba el pastor)
– ¡Me falta aire! ¡Me siento cansado y fatigado! Repetía aquel hombre
tendido ya en el piso, mientras el sudor empapaba su rostro y los vómitos se
venían incesantes.
Pasaron unos minutos, y aquel hombre dejó de moverse. – ¡Llamemos a una
ambulancia!, dijo uno; – ¡sí!, refirió otro; – ¡Está que se muere!, otro
[…]. – ¡Nadie haga nada! (gritó el pastor), ¡el demonio ha tomado posesión
de él! ¡Pónganse alrededor y oremos! ¡Invoquemos a Dios y pidamos que el
demonio salga!
Pasaron los minutos, y la persona seguía tendida en el piso y sin moverse. –
¡No dejemos de orar! ¡Nuestra fe lo salvará de las garras de Satán!, ¡Sólo
Dios puede salvarlo! (decía el pastor). Pasaron 30, 45, 60, 75 minutos, y el
hombre aún tendido en el piso y sin moverse.
Las personas parecían resignarse a que aquel hombre ya no se levantaría.
Algunos dejaron de orar y dieron unos pasos atrás. Algunos empezaban a
murmurar. El pastor al percatarse de ello y sin dejar pasar más tiempo dijo:
– Hermanos, ya no podemos hacer más. Vayan tranquilos a casa y sigan sus
labores cotidianas como si nada hubiera pasado, que hicimos todo lo que
pudimos por él, ¡ESTO YA NO COMPETE A LA DIVINIDAD!
***
Al día siguiente, en un
vertedero de basura, a eso de las 09:21 a.m., los bomberos encontraron el
cuerpo muerto de una persona de 65 años aproximadamente, de contextura
gruesa, baja estatura, tez clara, cabello corto y lacio de color negro.
Llevaba una camisa de color celeste (sucia), pantalón azul marino, medias
negras y zapatos de color marrón. No se encontró documento alguno para su
identificación en ese instante. El informe médico refería que la causa de la
muerte se debió a un ataque cardiaco, que al no haber recibido ayuda
oportuna derivó en un paro cardiaco. Refiriendo líneas después, que de haber
recibido ayuda a tiempo, pudo haber salvado la vida.
Llegó el jueves siguiente. Uno tras otro pasa a ocupar sus respectivos
lugares, esperando con ansias a que llegue el pastor y que dé inicio la
reunión, como frecuentemente lo hacen los días jueves a eso de las 08:00
p.m., como cualquier día jueves de la semana.
S. Anselmo
Humanidad. Nº 15