Religión y evolución

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Tres conferencia de Ernesto Haeckel


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[Traducción de A.O.G. para “La Protesta”]

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Lucha suscitada por la idea de la Creación. – teoría de la descendencia y dogma de la Iglesia.

“La historia de la teoría de la descendencia no es solamente la historia de la reforma operada por las ciencias naturales, es, al mismo tiempo, la historia de la civilización humana, en la más amplia acepción de esta palabra. Debido a la teoría de la descendencia la Iglesia ha visto amenazado su poder. Porque todos esos hermosos cuentos, todas esas bellas leyendas, que, como los retoños de la yedra o los pámpanos de la vida, trepaban con esplendor lujurioso por las grises y vetustas murallas que les ofrecía la versión musaica de la Creación; todos esos temas de creencias infantiles han sido renegados por la ciencia. Por esto, a partir de 1859, la consigna de la Iglesia es ésta: “¡Guerra a tal doctrina!” En cuanto a la ciencia, hace tiempo ha cerrado toda discusión: la descendencia es un hecho, respecto al cual ningún naturalista competente se atrevería a manifestar una sola duda.”

                    Arnold Dodel – 1985. (“Moisés o Darwin?” Problema pedagógico.)

 

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El gran combate sostenido alrededor de la noción de evolución, se nos presenta como una de las características esencialmente importantes de la vida intelectual en el trascurso del siglo pasado. Sin duda alguna, hace millones de años que eminentes y aislados pensadores hablaron del desarrollo natural de todas las cosas; y aún más, escrutaron, en parte, las leyes que rigen el transformismo y la desaparición del mundo, la aparición del mundo, la aparición de la tierra y de sus habitantes; hasta en los poemas sobre la creación, hasta en los mitos de las antiguas regiones, se descubre algo de estas concepciones genésicas. Pero, solamente en el curso del siglo XIX; la idea de la evolución ha adquirido una forma precisa, una legitimación científica suministrada por diversas ramas del saber, y, sólo en último tercio de siglo, ha sido admitida universalmente. Los estrechos vínculos establecidos por la prueba de la solidaridad en el desarrollo histórico, entre las diversas ramas de la ciencia, su verificación por la teoría monista: todo estos, es una conquista que no va más allá de algunas decenas de años.

La mayor parte de las concepciones primitivas, que el hombre sensato se ha formado respecto al devenir, a la esencia de si mismo y a su propio organismo, se hallan todavía muy lejanas de la idea del autodesarrollo. En cambio, esas concepciones, han ido a converger en autos, más o menos oscuros, relativos a la creación y en los cuales predominaba siempre la creencia en un creador personal. Como el hombre fabrica sus armas y los utensilios que necesita, como construye casas y barcos, con inteligencia y sujetos a un plan, así mismo, el Creados debió haber hecho surgir el mundo y sus habitantes, gracias a su ingenio y a su corazón, conforme a un plan detallado. Entre los numerosos mitos que tienden a imponer estos principios, la versión mosaica de la creación, bebida en gran parte por los semitas en las fuentes babilónicas y apoyada por la autoridad universal de la Biblia, es la que ha ejercido mayor influencia en la Europa civilizada. Como una consecuencia natural de tales doctrinas religiosas, es que la creencia en el milagro –estrechamente vinculada a ellas– apareció tan pronto y se opuso a la idea de la evolución, tal como la entiende la filosofía en sus libres averiguaciones. De una parte, en el dogma religioso triunfante, el mundo sobrenatural, el milagro, la teología; de la otra, en la teoría evolucionista que tiende a surgir, nada más que la ley natural, la razón pura, la causalidad mecánica. A medida que esta última teoría ha ido ganando, en los últimos tiempos, en valor y en importancia, ha debido instalarse como adversaria de la primera. (1)

Si echamos una rápida ojeada sobre diversos dominios en los que la idea de evolución ha sido aplicada científicamente, constataremos que lo primero que ha abarcado en su unidad es el cosmos íntegramente, después la tierra, luego la vida orgánica en el Globo, en seguida ha pasado al hombre, su más preciado producto y finalmente ha llegado al alma, ser material y de naturaleza particular. Los estudios evolucionistas, considerados históricamente, se desarrollan, en el siguiente orden: estudios cosmológicos, geológicos, biológicos, antropológicos, y sicológicos.

La primera vasta teoría en el terreno cosmológico, fue propuesta en 1755 por célebre filósofo er utico Manuel Kant en la hermosa obra de su juventud, Historia natural del mundo y teoría del cielo, o Ensayo sobre la composición y el origen mecánico del Cosmos, según los principios de Newton. Esta notable obra apareció anónima y dedicada a Federico el Grande, sin q´ fuera nunca conocida por éste; apenas si fue apercibida y olvidada muy pronto, hasta que noventa años más tarde Alejandro de Humboldt la sacó del olvido.

Es preciso observar, desde el título de la obra, que el autor insiste en el origen mecánico del mundo y en los principios newornianos de su explicación; o mejor dicho, el carácter rigurosamente monista de la cosmogonía entera y el valor absoluto de las leyes de la naturaleza se halian claramente expresados.

Sin embargo en este libro, Kant habla mucho de Dios, de su sabiduría y de su omnipotencia; pero todo ello en el fondo se limita a lo siguiente: Dios ha creado, una vez por todas, las leyes fijas e invariables de la naturaleza y en la actualidad, ligando por ellas, no ejerce su acción universal sino por intermedio de esta leyes creadas por él. El dualismo que más tarde apareció, de manera tan característica en el filósofo de Koenigsberg, no desempeñaba allí sino un papel muy significativo.

Cuarenta años después, la explicación del desarrollo cósmico, apareció más clara y más consecuente: rigurosamente basada en las matemáticas además en esa obra admirable titulada Mecánica celeste de Pedro Laplace. Su libro popular Exposición del sistema del mundo (1796) destruyó hasta en sus cimientos los mitos universalmente admitidos, respecto a la creación, especialmente la versión mosáica de la Biblia. Así, cuando Napoleón I preguntaba a Laplace, su ministro del interior, hecho por él conde y presidente del Senado. “Y en que parte de vuestro sistema le habéis dado cabida a Dios?”. Su interlocutor mostrándose franco y consecuente consigo mismo, respondía con sencillez: “Sire, yo no tengo necesidad de esa hipótesis, que nada justifica”. (Qué extraños ministros se encuentran a veces!) (2)


(Continuará).

(1) Noción de evolución: Hoy día mismo ésta es interpretada de muy diferentes modos en las diversas ciencias, conviene precisar desde el comienzo el sentido general que doy a este término. Entiendo por evolución las continuas modificaciones de la substancia, tomando por base la noción fundamental sustentada por Spinoza, en esta noción. La “fuerza y la materia” (energía y materia) –o “el espíritu y la naturaleza” (Dios y el mundo) están indisolublemente unidos. La historia de la evolución, en su amplio significado viene a ser, así, “la historia de la substancia”, considerando la ley de la substancia universalmente válida. Por ella, “la ley de conservación de la materia” (Lavoisier 1789) y “la ley de conservación de la energía”, Robert Mayer 1842) permanecen inseparables, a pesar de las diferencias que revela la forma de modificación del devenir.

(2) Laplace y el Monismo: –La prensa ortodoxa ha tratado de negar, recientemente, la célebre “profesión ateísta” del gran Laplace, que no es sino la consecuencia leal de su genial “sistema del mundo”; algunos periodistas han llegado a pretender que este filósofo monista, en su lecho de muerte, había hecho profesión de fe católica, en apoyo de esta aseveración se invoca el testimonio de un clérigo ultramontano. Es inútil discutir amor a la verdad que anima a semejantes fanáticos “servidores de Dios”. La Iglesia considera estos falsos testimonios obras pías, con tal de que tengan por objeto “el honor de Dios”, es decir, su propia conveniencia. A propósito, es interesante recordar lo que hace ciento veinte años respondió un ministro de cultos prusiano, de Zedlitz, al convictorio de Breslau, que le hacía presente que “mejor súbdito es aquel que cree más”. Zedlitz, escribió: “Su Majestad, Federico el Grande, no está dispuesto a confiar la seguridad de su Estado en la imbecilidad de sus súbditos.”
 

Humanidad. Nº 15