Nuestro centenario
Por mucho que
se esfuercen los señores y sicarios del régimen burgués en pintarnos
pajaritos de oro y hacernos castillitos artificiales para pretender
demostrarnos la bondad de nuestra emancipación política, nunca llegarán a
convencernos de que esa patria bajo la cual ellos se cobijan, podrá ser
próspera y duradera cuando las multitudes de hambrientos y desheredados se
hayan dado cuenta del productivo negocio que tienen con ese disfraz.
El centenario de la independencia y el deber patriótico que para esta fiesta
nos invoca todo títere con distintivo, no es más que la búsqueda de rollitos
de papel moneda para divertirse en garitos y prostíbulos, sin importarles
las funestas consecuencias de esta maniobra que con indumentaria de “fiestas
patrias”, se desarrollarán en los tugurios proletarios.
Durante los días de fiestas patrias, los señores de la Banca, de la
Diplomacia, del Clero y el Militarismo estarán opíparamente servidos, puesto
que las áreas del fisco están listas a satisfacer el más exigente capricho
de esos señores. Mientras que en nuestro cuartucho, los padres que somos el
sostén de nuestra prole, y [que] sólo comemos cuando trabajamos, [vemos
como] se desarrollan
escenas dolorosas y horripilantes; nuestros hijos débiles gimen por falta de
pan y los enfermos mueren por falta de recursos.
Si a esto añadimos la descripción de los llamados cien años de vida
independiente, donde sólo encontramos lágrimas, desgracias, hambres,
infamias, explotaciones, injusticias y crímenes canivalezcos, llegamos a la
conclusión de que, cien años de independencia significan: cien años de
humillación, cien años de degeneración, cien años de tiranía.
En la época en que nuestros antepasados no conocían más patria que la
tierra, ni más bandera que el trabajo, ni más Dios que el Sol, y en el que los
conciliábulos del poder –si así llamárseles puede– sólo se reunían para
discutir el Don de la Sabiduría, no existían los antros de vicio y
perdición, de explotación y de miseria que actualmente existen.
Sin embargo, hoy a pesar de nuestra decantada civilización, desde la época
del coloniaje y aún más en los cien años de la tan cacareada independencia,
vemos como aumenta, día a día, el número de prostíbulos donde ingresan a
millares –impulsadas por la misma sociedad en que vivimos– esas flores
frescas, puras y lozanas, nuestras compañeras y hermanas, que en otrora no
adoraban más Dios que el Sol, ni tributaban más amor que a su prole.
Hermanos proletarios: “la patria y la bandera” de que os hablan las plumas
mercenarias –producto de cerebros reblandecidos– o que predican el verbo
adulador de imbéciles o degenerados, pícaros o beneficiados, no es más que
la cadena de vuestra esclavitud. ¡Rechazad esa esclavitud!
En el primer centenario del Perú.
Tomado de La voz del panadero. Nº 8. FOPEP. Lima, agosto de 1921.
Humanidad. Nº 14